C
omo los que respiran
quiero la página que alienta.
¿Qué trasciendo
en la mano que me protege,
en los hijos no nacidos,
en los ancianos a mi cuidado?
¿Y qué me hizo sobrevivir,
qué arranque me ha
devuelto a la vida?
No soy una muerta,
no soy causante de morir,
tampoco de seguir viva;
mi propósito va menos lejos
que mi química,
soy más pobre que mi piel
envejeciendo:
un mendrugo que el sol dora.
¿Mi aliento es más humano
por conocer sus límites?
Quiero la página que respira
como tu mano palpita en la mía,
como tu mano late en el mundo;
¿soy menos por dejar
que esto me consuele?
No hay intención
ni venganza
en la fiebre,
tampoco en la supervivencia;
algo que no soy yo
me llevó hacia la podredumbre,
algo me ha salvado:
no ha dependido de mí.
La página sí me pertenece por completo,
alienta entera en mí,
es una madre y una hija
que de nuevo en tu mano pulsan,
late tu ingle, la vena de tu cuello,
que se perpetúa a sí misma,
limitada por algo que no eres tú
o que es tu designio sin ti,
sabiendo de cada poro más
de lo que trazas sobre el papel
donde nada te detiene ni te desconoce.
Porque el mundo se escapa
nos hemos concentrado en el lenguaje,
recogidos en un amor que no nos falle,
que trascienda la pérdida,
pero especialmente la voluntad,
un mundo más embalsamado
menos improvisado
menos libre de ejercer
su tiranía aquí,
donde sólo soy responsable
de la escritura
que se fatiga o ahoga,
mi afán sólo alcanza el papel,
hoy no vivo sino mi vida de papel,
mi sujeción a lo blanco,
mi única decisión:
porque yo muero o vivo
más allá de cualquier deseo de salvarme,
más allá de que se ofrezca otra vida
a cambio de la mía;
yo sólo puedo descansar en un amor
y morir o vivir en la palabra.