Revista Alga nº56 - otoño 2006


Edita:
  • Grupo de Poesía ALGA


  • Dirección:
  • Goya Gutiérrez


  • Responsables de Edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo


  • Portada:
  • "Montmartre" (Jorge Navarro Pérez)


  • Sumario »
    http://revistaliterariaalga.com/



    FEDERICO GALLEGO RIPOLL, Manzanares (Ciudad Real), 1953. Ha cursado estudios de turismo y teología. Reside en la isla de Mallorca desde 1995. Autor de una decena de libros de poesía y galardonado con numerosos premios. Sus últimos libros publicados son Ciudad con puerto (2001), La Sal (2001) Quien, la realidad (2002), La torre incierta (2004) y Cantos prófugos (2005) Premio Kutxa Ciudad de Irún 2005.

    FEDERICO GALLEGO RIPOLL


    SINAIA
    (Fragmento)

    A Santiago Sastre

    Los mejores poemas tienen nombre de barco
    que parte hacia el exilio. Siempre hay una verdad
    que sólo ellos poseen, una verdad que abarca
    las distintas verdades que levantan al hombre
    y le van sosteniendo contra todos los vientos,
    refugiado en la digna potestad de respuesta
    que al perpetuo quebranto contrapone la vida.
    Los versos y los barcos se llevan la memoria
    de lo que nunca fuimos pero fue nuestro empeño:
    el intento del vuelo, la caricia colmada,
    el pan bastante, el sueño de desterrar el frío.

    (…)

    Los mejores poemas tienen nombre de barco
    que busca mundos nuevos para los viejos signos.
    Los olvidos ganados tienen nombre de incendio;
    son hogueras que emboscan su lumbre en las

    campanas

    disfrazando el rescoldo de doliente tañido.

    (…)


    Las cercanas tragedias tienen nombre de hijo.
    Prevalece el dolor que fuimos o nos fueron,
    los verbos sin respuesta segados de repente,
    los latidos ahorrados en el hatillo escaso,
    la risa malversada como un caudal insípido.
    ¿Hacia dónde marcharon las vidas no vividas?
    ¿En qué dio la esperanza de nuestros muertos

    jóvenes?

    ¿Cómo adir esta herencia de ver crecer sus hijos,
    mirarlos por sus ojos, pensar en la costumbre
    de reprender sus faltas y alabar sus talentos
    tal como ellos harían, con su mejor lenguaje?

    (…)


    Esta dulce derrota tiene nombre de infancia,
    de patria siempre ajena, de terreno asolado
    porque no cesa el flujo, porque ya no amanece
    para el niño de entonces que se perdió en el frío
    de un invierno tan grande como una vida entera.

    Fuimos niños castrados en nuestro afán de vuelo,
    pájaros de los pueblos en jaulas de ceniza
    que lastraban las alas con su miedo y su tizne.
    Derrota porque nadie sobrevive a sí mismo,
    delatores de un tiempo de cristales vendados,
    de martillo en el agua, de jabón en la artesa.
    Gritamos nuestro nombre por las calles vacías,
    nos buscamos inquietos tras pozos y lumbreras,
    en el frescor oscuro de aquellos jaraíces,
    en los frutos abiertos rodeados de moscas,
    en las tardes descalzas, sin reloj, del verano.
    Niños de tiempo eterno ¿dónde fue nuestra infancia?
    ¿qué hicimos del nosotros? ¿contra qué nos

    rompimos?

    Nadie sale al encuentro de esta actitud, clemente.
    Nadie toma las llaves de la ciudad rendida,
    de la infancia rendida. Nadie viene a salvarnos
    de esta patria abolida del ser cuanto perdimos.

    Los mejores poemas tienen nombre de barco
    que parte hacia el exilio. Pero es única el agua:
    la tormenta y el pozo, la lágrima y el cántaro;
    agua con sed de labios, mojada de palabras,
    agua que nos contiene, que nos nutre y se yergue
    cada día en el gesto con que alzamos la vida.
    No hay más mar que nosotros: sobre nosotros huye
    todo el fuego que acaso nos invistió de incendio,
    todo el aire y sus ángeles verdes de bosque alzado,
    todas las minerales raíces que cimientan
    un lecho para el agua, toda el agua que fuimos,
    hendida, jubilosa, vulnerable, perenne
    gota a gota enlazada, perpetuada en la herida
    toda el agua que somos, ya hecha mar sobre el mar.

    Del libro "Cantos prófugos"