
Edita:
Grupo de Poesía ALGA
Dirección:
Goya Gutiérrez
Responsables de Edición del presente número:
Goya GutiérrezEnric Velo
Portada:
"Montmartre" (Jorge Navarro Pérez)
Sumario » http://revistaliterariaalga.com/
FEDERICO GALLEGO RIPOLL, Manzanares (Ciudad Real), 1953. Ha cursado estudios de turismo y teología. Reside en la isla de Mallorca desde 1995. Autor de una decena de libros de poesía y galardonado con numerosos premios. Sus últimos libros publicados son Ciudad con puerto (2001), La Sal (2001) Quien, la realidad (2002), La torre incierta (2004) y Cantos prófugos (2005) Premio Kutxa Ciudad de Irún 2005.
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FEDERICO GALLEGO RIPOLL
SINAIA
(Fragmento)
A Santiago Sastre
Los mejores poemas tienen nombre de barco
que parte hacia el exilio. Siempre hay una verdad
que sólo ellos poseen, una verdad que abarca
las distintas verdades que levantan al hombre
y le van sosteniendo contra todos los vientos,
refugiado en la digna potestad de respuesta
que al perpetuo quebranto contrapone la vida.
Los versos y los barcos se llevan la memoria
de lo que nunca fuimos pero fue nuestro empeño:
el intento del vuelo, la caricia colmada,
el pan bastante, el sueño de desterrar el frío.
(…)
Los mejores poemas tienen nombre de barco
que busca mundos nuevos para los viejos signos.
Los olvidos ganados tienen nombre de incendio;
son hogueras que emboscan su lumbre en las
campanas
disfrazando el rescoldo de doliente tañido.
(…)
Las cercanas tragedias tienen nombre de hijo.
Prevalece el dolor que fuimos o nos fueron,
los verbos sin respuesta segados de repente,
los latidos ahorrados en el hatillo escaso,
la risa malversada como un caudal insípido.
¿Hacia dónde marcharon las vidas no vividas?
¿En qué dio la esperanza de nuestros muertos
jóvenes?
¿Cómo adir esta herencia de ver crecer sus hijos,
mirarlos por sus ojos, pensar en la costumbre
de reprender sus faltas y alabar sus talentos
tal como ellos harían, con su mejor lenguaje?
(…)
Esta dulce derrota tiene nombre de infancia,
de patria siempre ajena, de terreno asolado
porque no cesa el flujo, porque ya no amanece
para el niño de entonces que se perdió en el frío
de un invierno tan grande como una vida entera.
Fuimos niños castrados en nuestro afán de vuelo,
pájaros de los pueblos en jaulas de ceniza
que lastraban las alas con su miedo y su tizne.
Derrota porque nadie sobrevive a sí mismo,
delatores de un tiempo de cristales vendados,
de martillo en el agua, de jabón en la artesa.
Gritamos nuestro nombre por las calles vacías,
nos buscamos inquietos tras pozos y lumbreras,
en el frescor oscuro de aquellos jaraíces,
en los frutos abiertos rodeados de moscas,
en las tardes descalzas, sin reloj, del verano.
Niños de tiempo eterno ¿dónde fue nuestra infancia?
¿qué hicimos del nosotros? ¿contra qué nos
rompimos?
Nadie sale al encuentro de esta actitud, clemente.
Nadie toma las llaves de la ciudad rendida,
de la infancia rendida. Nadie viene a salvarnos
de esta patria abolida del ser cuanto perdimos.
Los mejores poemas tienen nombre de barco
que parte hacia el exilio. Pero es única el agua:
la tormenta y el pozo, la lágrima y el cántaro;
agua con sed de labios, mojada de palabras,
agua que nos contiene, que nos nutre y se yergue
cada día en el gesto con que alzamos la vida.
No hay más mar que nosotros: sobre nosotros huye
todo el fuego que acaso nos invistió de incendio,
todo el aire y sus ángeles verdes de bosque alzado,
todas las minerales raíces que cimientan
un lecho para el agua, toda el agua que fuimos,
hendida, jubilosa, vulnerable, perenne
gota a gota enlazada, perpetuada en la herida
toda el agua que somos, ya hecha mar sobre el mar.
Del libro "Cantos prófugos"
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